[box type=»note» size=»large» style=»rounded»]El debate sobre el «modelo territorial del Estado Español» y la construcción de las identidades nacionales que conviven en él, hunde sus raíces en el convulso y violento siglo XIX. No podemos entender bien lo que hoy tenemos -autogobierno vs jacobinismo, fuerismo vs uniformidad- sin abrir una ventana a nuestros tatarabuelos y lo que sentían.

Vasconia, y especialmente Navarra, sufrió durante ese tiempo en su propio territorio y sus gentes las guerras de ejércitos franceses, españoles y aliados de ambos; ejércitos carlistas y cristinos, tradicionalistas y liberales.

¿Qué suponía para los jóvenes navarros pasar de «reino a provincia»? ¿Qué animaba a aquellos jóvenes «exentos de ir a quintas» a coger las armas? ¿Por qué las clases populares y el clero bajo tomaron aquí las armas por el bando carlista, y en contra del presunto bando revolucionario o liberal?.

El ejército fue elemento central en los siglos XIX y XX para conformar la nueva nación española, y la carrera militar una gran oportunidad de crecimiento en la escala social y política. Sin embargo ¿Qué fuerza interior impelía a personas como Lerga, que había ganado los galones en el campo de batalla, a renunciar a un estatus por ser firme en la defensa de sus ideas?

Son preguntas que nos seguimos haciendo a contracorriente de la historiografía oficial construida desde el Relato del nacionalismo esencialista español; tanto del nuevo/viejo jacobinismo como del casposo canovismo o donosocortesismo. El artículo de nuestro compañero JJ Ucar contribuye a que nos sigamos haciendo preguntas.[/box]

[typography font=»Lobster» size=»24″ size_format=»px» color=»#bd370f»]Juan José Ucar Muruzabal[/typography]

[typography font=»Lato» size=»20″ size_format=»px» color=»#bd370f»]miembro de Zabaltzen, Asociación política integrada en Geroa Bai[/typography]

Desde muy niño recuerdo impresionarme con el imponente retrato del general Lerga cada vez que iba al Círculo (Círculo Carlista ) a jugar a los nueves. Con su elegante uniforme de gala, boina roja y fajín de mariscal de campo, don José Agustín Lerga Donamaría se mostraba alguien importante en esa pose. Años más tarde llegué a descubrir que ese retrato no había sido un posado de don José, sino un encargo del circulo carlista de San Martín de Unx algún año posterior a su muerte. Hicieron el retrato con la única foto suya que circulaba por ahí. La verdad que este insigne catato de carácter humilde apenas se prodigó para ser quien era.

D. José Agustín Lerga Donamaría (1871-1892), natural de San Martín de Unx, fue un general charlista luchador e insobornable; y, como tal, testigo y parte de los acontecimientos históricos vividos en la Navarra del siglo XIX

A don José la historia no le tenía reservado ningún hueco. Siendo un sanmartinejo nacido el último día de febrero de 1817, de un tal José Gerónimo y una tal María Manuela, el mayor de nueve hermanos y sin un tolmo de tierra, el anonimato lo tenía asegurado. La casa vernácula donde residía la familia está subiendo a la parroquia cerca de la iglesia de San Martín de Tours. Todavía se aprecia un pequeño escudo de armas de los Lerga en la fachada. La casa es extremadamente pequeña, lo que bien da cuenta de las penurias que la familia Lerga Donamaría tuvo que padecer.

Para don José Lerga la situación de promoción y perspectiva en su adolescencia estaba muy clara. Era primogénito de una familia sin hacienda por lo que el mayorazgo de herencia muy arraigado en la merindad no le reportaba soluciones de futuro. Las innumerables visitas al pueblo de agustinos, capuchinos y otras órdenes religiosas para buscar acólitos no habían conseguido despertarle la vocación y, por último, la emigración a América requería, aun siendo pobre, una cantidad muy apreciable, de unos 200 reales fuertes, para pagarse el boleto.

Por lo que la Primera Guerra Carlista de 1833-1839, entre los carlistas y los cristinos, supuso una oportunidad, una salida para un jornalero adolescente, espabilado y pobre. En estas fechas la autoridad eclesiástica de la villa de San Martín de Unx la ostentaba un abad, un vicario y 6 beneficiados de corte tradicionalista, por lo que a buen seguro apoyaron desde el púlpito los derechos dinásticos de don Carlos María Isidro.

Los apuntes de su crónica manuscrita reza: «Siendo de edad de 16 años, reemplacé a mi difunto padre que se hallaba de realista, tomando su armamento».

Exilios en Francia

Los tercios de voluntarios carlistas provenían mayoritariamente del campesinado, al principio de la guerra tuvieron que aprovisionarse de las armas que traían de casa. El ejército de don Carlos V fue fundamentalmente popular, nutrido de voluntarios. Considerar que Navarra en su régimen foral estaba por entonces exenta de levas y quintas. Como navarros, su régimen foral era intocable, de ahí la respuesta tan nutrida al llamamiento.

Cada familia aportaba más menos un hermano mayor de edad. En el caso del general se quedaron en casa sus hermanos Ramón Fidel, Joaquín y Críspulo. El voluntario no solía ser el primogénito, que se quedaba de mayoral de la hacienda, heredero y garante de la supervivencia de los padres.

En referencia al dato poblacional de San Martín de Unx en 1847 era de 1.250 personas. El número del voluntariado de la villa en la Primera Guerra Carlista se estima en entorno a 45 o 50 personas.

«Relación de algunas circunstancias de mi vida sin poder fijar fecha por no hallarme con la hoja de servicios que fue quedada en la primera borda de Francia cuando entramos en la última emigración». Don José Lerga se refiere a que tuvo que exiliarse en Francia varias veces. La primera al término de la Primera Guerra Carlista en julio de 1840.

El Abrazo de Vergara -31 de agosto de 1839- reconocía el grado y sueldo de los militares carlistas que lo suscribieron. Don José Lerga renunció expresamente a la incorporación al ejército realista con el grado de teniente coronel reconocido. Consecuencia directa de dicho abrazo fue la Ley Paccionada, donde los derechos forales navarros fueron sensiblemente recortados .

«Pasé en la emigración trece años. En este intervalo salimos por dos veces a promover la guerra y las dos tuvimos que volver a emigrar, siendo conducidos de calabozo en calabozo hasta el pie de las montañas de Suiza, y el año 51 me vine a España acogido al indulto».

Los carlistas exiliados en Francia las pasaron canutas pese haber organizado una red de apoyo donde se les proveía de trabajo y alojamiento. Mayoritariamente trabajaron en oficios manuales, campesinos, albañilería, artesanos, carpintería…

La mayoría de estos exiliados, unos 2.500 se acogieron a los nuevos indultos de 19 de enero y de 8 de junio de 1849. El hecho de que estas amnistías exigieran el juramento de fidelidad a la reina y a la Constitución hizo que otro grupo de unos 500 exiliados se quedara en el extranjero y no volviera hasta los años sesenta. Don José Lerga firmó la exigencia .

Boda en 1854

El 1 de noviembre de 1854 se casó en la iglesia de arriba de San Martín de Unx con doña María Brígida Mateo, natural de la villa y ocho años mas joven que él. No tuvieron descendencia. «El 72 volví a tomar las armas. Llegamos a Lumbier, en donde fuimos dispersos y yo con algunos salimos a la parte de la frontera: y vuelta la tercera vez a emigrar, o mejor dicho, la cuarta».

Los diarios regionales de la época, relatan que el 24 de abril de 1872 se concentró una columna de 300 hombres en Olite. Voluntarios de San Martín, Ujué, Beire y Olite al mando del teniente coronel don José Lerga. Todo fue según lo previsto, el pretendiente Carlos VII cruzó la frontera francesa en Navarra el 2 de mayo de 1872 y se puso al frente del alzamiento, pero el 4 de mayo el general gubernamental Domingo Moriones, general realista, entró por sorpresa en el campamento carlista de Oroquieta, atacando a los tercios de requetés. La victoria constitucionalista fue aplastante y el pretendiente y sus hombres tuvieron que cruzar precipitadamente la frontera francesa, poniendo fin, momentáneamente, a la insurrección en las Provincias Vascongadas y Navarra. La mayoría de voluntarios de su batallón, unos 800 carlistas, volvieron a sus casas. Don José Lerga habiendo firmado el indulto del 19 de enero de 1847 se exponía a ser fusilado si era apresado

Volvió al exilio desde mayo hasta diciembre de 1872, cuando se produjo el segundo levantamiento carlista y relata en sus memorias. «En el intermedio de este tiempo normal presté varios servicios sacrificando mi posición por la causa en comisiones delicadísimas». En los siguientes tres años de guerra don José fue testigo y parte importante de acontecimientos históricos de gran relevancia, muchos de ellos delicados y de difícil documentación. Terminó la guerra con el grado de mariscal de campo.

«El día 20 de diciembre que volví a encargarme del gobierno militar de la plaza de Estella, de donde salí camino de la emigración en la que pasé trece meses y acogido al indulto regresé a España a ganar el pan trabajando por las carreteras y con sentimiento de no haber podido continuar por falta de salud».

Incómodo para el gobierno

«Resulté tan incómodo al gobierno en Madrid que hasta en 3 veces estando en el exilio el cónsul de España en Bayona me ofreció en nombre del general Quesada tentadoras ofertas, entre las cuales iba una cantidad vitalicia de 500 pesetas mensuales. Solamente solicité poder volver a mi pueblo, cosa que se me concedió vía indulto».

El general íntegro en sus convicciones e insobornable lo rechazó. El gobierno de Alfonso XII lo relegó al ostracismo histórico y documental. Estas referencias biográficas fueron manuscritas dos días antes de morir y a petición de los paisanos y del párroco Clemente Gorri de su pueblo.

Murió en el coro de la iglesia cuando estaba oyendo las vísperas el 26 de mayo de 1892, muy pobre y acogido en casa del abad don Clemente Gorri. En su testamento, redactado el 19 de marzo de 1891, dejó 86 duros y entre sus peticiones, un funeral de tercera, 10 duros para el hospital del pueblo y otros 10 para los frailes de Olite. Se le ofició un funeral de primera con asistencia de la banda de Tafalla y personalidades. Años mas tarde, en 1911 se erigió un mausoleo en el cementerio de San Martín de Unx.

Sirva este artículo para darle el reconocimiento que nuestra historia reciente de Navarra debe a un hombre luchador e insobornable.

Publicado en Diario de Noticias de Navarra

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