Por Uxue Barkos*

NUNCA he compartido el placer de algunos por retorcer el dato hasta hacerlo parejo a posiciones propias y previas. En todos los órdenes de la vida, el dato es un elemento valiosísimo si- y solo si- lo observamos con rigor; retorcerlo solo expresa debilidad.

Por eso en torno al 500º aniversario de la conquista de Navarra me disgusta la polémica: Se pongan como se pongan, subvencionen lo que subvencionen -siempre con el dinero público de todos, por supuesto-, y desgraven lo que desgraven -me refiero a la enmienda, la única enmienda que ha incluido UPN en los recientes presupuestos generales del Estado- lo ocurrido en Navarra en 1512 fue una conquista. A sangre y fuego.

Y empeñarse en lo contrario solo expresa debilidad. Por eso también, a la sensatez que debe acompañar a todo gobernante solo puede sonrojarle el empeño ridículo por minimizar la conquista con aquello de que «es preferible utilizar el término incorporación porque fue el utilizado por Fernando el Católico. Incorporó Navarra a Castilla «por amor» a su hija Juana y a su nieto Carlos» (texto incluido en estos mismos términos en el documento de UPN Breves reflexiones sobre 1512).

Tampoco parece compatible con un mínimo de buen gusto intelectual el apelar una y otra vez al hecho de que «entre las tropas castellanas, por su condición de castellanos, se encontraban alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos» (misma fuente). El pretendido ataque al mundo abertzale con este argumento es, amén de inútil, obsceno en su puerilidad.

En definitiva, que allá donde la derecha navarra ha posado su mirada partidaria, el rigor, la sensatez y un sentido mínimo de la estética política han brillado por su ausencia.

Pero más allá de retorcer el dato, la tentación de hacer una lectura necesariamente finalista de lo ocurrido en la conquista de Navarra no ha resultado ser exclusiva de uno solo de los extremos del arco político foral.

Al otro lado, hay quien se empeña en mirar aquellos días cruentos para reforzar la iniciativa política de hoy. Así, estas últimas semanas y en el afán de apoyar en 1512 posiciones soberanistas de 2012, diversos ayuntamientos navarros se han encontrado con mociones de Bildu que proponían celebrar el aniversario con este fin. Iniciativas erróneas y precipitadas las que he tenido oportunidad de conocer, que pedían entre otras cosas que la bandera de Navarra ondee a media asta el próximo 25 de julio, día de la ocupación de Iruñea. Errónea y precipitada porque al parecer nadie entre los proponentes se paró a pensar que en caso de haber sido aprobada la moción, el próximo 25 de julio y en el consistorio pamplonés la bandera de Navarra hubiera ondeado a media asta, ¡bajo una rojigualda imperante en la cima del mástil contiguo!

No se me ocurre mayor despropósito que esta estampa. Doblemente, si el despropósito viene de una iniciativa soberanista.

Que Navarra fue conquistada por el ejército de Fernando el Católico es un dato incontestable. Que no fue «por amor», sino por las armas de las tropas comandadas por el Duque de Alba, también. Y negarlo solo expresa debilidad política.

Pero responder a esta debilidad retrocediendo en el tiempo es un error que solo puede llevarnos a ser esclavos del pasado o, todavía peor, a la torpe coincidencia con Vázquez de Mella en su afán por sepultar el derecho a decidir bajo «el sufragio universal de los siglos».

La Historia es fundamental en cuanto que nos dice quiénes hemos sido y de dónde venimos; por ello es esencial el rigor, el relato estrictamente científico y el respeto al dato. Pero la Historia no puede imponer lo que seremos en el futuro: eso solo nos corresponde a nosotros, y en este caso a las navarras y los navarros que, en la defensa de nuestro derecho a decidir, superaremos aquel 1512 haciendo de Navarra el sujeto político que nunca debió dejar de ser.

Hoy, 500 años después, Nafarroa tiene una nueva batalla que ganar: La del Estado de bienestar.

Y hoy como entonces un nuevo Fernando el Católico mandata «por amor» la conquista a sangre y fuego en lo social por la vía del recorte; mientras, en Navarra una pálida reedición del Duque, o mejor Duquesa, de Alba gana para aquél las batallas imponiendo sus reales decretos. Y, ¿el Conde de Lerín?

¡Ay, el Conde de Lerín!

*Uxue Barkos, asociada a Zabaltzen, es diputada de Geroa Bai en el Congreso

y portavoz del grupo municipal de Nafarroa Bai en Iruña-Pamplona

 

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