Txema Montero

Txema no elude los huesos del ganso

Txema Montero, con pluma certera y aguda, repasa el País que queda después del 20N, y, de paso, da un repaso a cada uno de los agentes políticos. El viaje que le pega a la Izquierda Abertzale y a sus socios de Acuerdo de Gernika, denunciando el stalinismo de la dirección y el conformismo cómplice de los socios en el no reconocimiento del dolor causado, es sencillamente memorable. Importante también el toque de atención al PNV para que resuelva su encrucijada en favor de «una manera diferente de hacer Nación». Ambas reflexiones bien podrían caber en el discurso que venimos desarrollando.

LA frase con la que titulo este artículo la pronunció Oliver Wendell Holmes Jr. (1841-1935), el magistrado del Tribunal Supremo de los EEUU con más años en activo y reconocido como la figura más ilustre del derecho americano.

Hijo de un médico y prestigioso escritor, participó en la Guerra Civil americana (1861-1865) formando parte del XX Regimiento de Massachusetts y resultó gravemente herido en tres batallas, una de estas, la de Antietam, la más sangrienta carnicería de la guerra con 20.000 soldados muertos en un solo día. Esa experiencia forjó en su mente una concepción realista del mundo y de la vida y le llevó aborrecer la guerra, que nada bueno traía para la humanidad, al mismo tiempo que ensalzaba la lucha en sí misma como medio de superación personal. La experiencia, como suma y comprensión de hechos vividos, conforma el núcleo de su pensamiento jurídico y su legado se condensa en una afirmación: «La vida del derecho no ha sido la lógica sino la experiencia», con lo que quería manifestar que el formalismo y la rigidez del derecho debían adaptarse a las nuevas condiciones de la sociedad.

Autor de dos libros señeros en la historia jurídica mundial The Common Law (El Derecho consuetudinario) y The path of Law (El camino del Derecho), Holmes sostenía que si solamente caminamos por el sendero de la lógica nunca alcanzaremos el objetivo de la justicia, porque el ingrediente de la experiencia son los huesos del ganso, aquello que hace más difícil trincharlo.

Ya juez, Holmes se dedicó a trinchar el ganso incorporando al derecho los cambios sociales. Contra el laissez faire (libertad absoluta a favor del mercado) del liberalismo de la época, fue pionero en reconocer mediante sentencias el derecho de huelga, el salario mínimo, la limitación en los horarios de trabajo, la legalización de los sindicatos obreros... Al mismo tiempo, fundamentó lo que se llamó desde entonces la Judicial restraint o limitación a los jueces para que no pudieran inmiscuirse en la decisiones del poder legislativo (Congreso). Partidario de limitar la libertad ante una situación de peligro claro e inminente, Holmes, de manera muy americana, sostuvo que no cabe proteger la libertad de expresión de una persona que grita ¡fuego! En un teatro y causa pánico.

Los tiempos que vivimos son los de una realidad subversiva que nos está rompiendo los moldes conocidos y que nos lleva a tomar decisiones insólitas porque el modo de vida que hemos disfrutado es irrepetible y el porvenir, como dijo Churchill de Rusia, es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. De este enigma ya sabemos algo: los discursos políticos sobre lo bueno o malo, justo o injusto, derecha e izquierda serán desechados si no se asientan sobre el principio de realidad. Hablar genérica e indiscriminadamente de «coste-beneficios» como de «derechos» puede resultar equívoco si no lo planteamos en términos de conformidad con las necesidades percibidas en esta época.

Los tiempos que vivimos son los del ganso al que debemos trinchar con huesos. Pollo si así lo prefieren puesto que estamos en crisis económica. Mariano Rajoy tiene que aprender a trinchar con huesos el final de ETA. Sucede que suele ser más fácil acabar una contienda que asentar la convivencia. Decisiones como acercar los presos, liberar a Otegi, conceder beneficios penitenciarios, poner fin a las medidas de excepción legal, son los huesos del ganso difíciles de trinchar para quien ha estado acostumbrado a la lógica maniquea de amigo-enemigo. Ahora que no hay enemigos, solo adversarios ¿es posible seguir actuando «como si esto fuera una guerra»?

El PSOE no tiene mucho ganso que trinchar. En mi anterior colaboración, Los hechos son subversivos, publicada durante la última campaña electoral; pronosticaba su batacazo electoral y aseguraba que necesitaban una refundación del partido. Al veterano socialismo, y ya es difícil a determinada edad, le toca incubar el huevo del que en el mejor de los casos acabará rompiendo la cáscara un polluelo del mismo nombre pero diferente modo de volar.

 La izquierda abertzale ampliada consiente el veto del Colectivo de Presos (EPPK) que rechaza la incorporación de los otros presos de Nanclares y otras prisiones, adelantados a favor del proceso de paz y reconocimiento del dolor infringido a las víctimas. Les niegan voz y participación en el Acuerdo de Gernika por no estar sujetos a la disciplina de los ortodoxos, un juego consistente en dejar pasar al balón pero no a los jugadores. ¿Es esta actitud conforme a los nuevos tiempos o reproduce comportamientos estalinistas que creíamos superados? EA, Aralar, Alternatiba, los sindicatos y movimientos sociales firmantes del Acuerdo ¿van a seguir permaneciendo callados ante tal inequívoca muestra de sectarismo? Y no me vale la contestación de que se trata de un asunto interno entre los presos y su organización o la que lo fue, porque las posiciones de presos del EPPK y de Nanclares son un anticipo de la inevitable «confrontación con su pasado» que ETA, sus presos y organizaciones afines tienen pendiente. Se trata de que expliquen el cómo, para qué y porqué del inicio de la actividad armada y de su final. Porque el cuánto, el peso y medida de la tragedia, ya es conocido por todos. Explicación sin falsificación ni maquillaje, sin agujeros de la memoria, sin aquello que en su novela 1984 Orwell llamaba la «mutabilidad del pasado».

 

El Partido Nacionalista Vasco mantiene su nombre y no se me ocurre sino citar al obispo Butler, quien dijo, nada superficialmente, que cada cosa es lo que es y no otra cosa. Atisbo en la oposición mayoritaria de las bases jeltzales al cambio de nombre una reacción de aliento tradicional, una reafirmación partidaria y un indisimulado aviso al EBB de que, por si acaso, hay cosas que no se tocan. Pero tal advertencia no deshuesa el ganso peneuvista. Casi de vuelta al «Bizkaia por su independencia» de Sabino si de poder institucional se trata, el PNV no puede eludir su encrucijada: o una puja por elevación ideológica con la izquierda abertzale, para ver quién es más abertzale, o una manera diferente de hacer Nación Vasca. Lo primero sería fácil, se trataría de una constante reivindicación nacionalista contra España con el resultado previsible de ser cada vez más los mismos, quiero decir más abertzales los mismos ciudadanos. Hacer la Nación Vasca es mucho más difícil. Primero, porque el hacer implica actuación, propuestas, gestión y resolución, no simple retórica. Segundo, porque, en una sociedad democrática como la vasca, la aceptación por una mayoría de los objetivos y fines propuestos es condición necesaria para el éxito. Se trataría de ser cada vez más ciudadanos nacionales.

Es ahí donde veo al PNV, un partido que nació para construir políticamente la Nación Vasca y, precisamente por eso, de ser afiliado, habría votado por el nombre Nacional para denominar a un partido que debe dirigir su actuación a buscar los comunes denominadores de la sociedad vasca, proponer modelos y valores generalmente aceptados y llevar a la práctica políticas basadas en la experiencia, esos huesos que son parte del ganso y que hacen tan difícil trincharlo a quien carece de ella.

Si hablamos de política económica, lo socialmente justo, lo políticamente coherente, lo personalmente beneficioso, lo que asegura el resultado, lo que se adecua a los cambios sociales, la redistribución de los costes, toda esa tesitura impredecible, flota sobre el imperativo de no permitir que ninguno de ellos se sobreponga al resto. Y después se definirán los principios. O, como afirmaba el juez Holmes refiriéndose a la Justicia, «es mérito del Derecho Consuetudinario que decide el caso primero y determina el principio después». Dicho de otra manera: primero la solución, después la denominación.

publicado en DEIA

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