[typography font=»Lobster» size=»24″ size_format=»px» color=»#bd370f»]Juan José Ucar Muruzabal[/typography]

[typography font=»Lato» size=»20″ size_format=»px» color=»#bd370f»]miembro de Zabaltzen, Asociación política integrada en Geroa Bai[/typography]

Quien olvida su historia está condenado a repetirla. 

Cicerón

Lo que verdaderamente supuso una aniquilación arquitectónica de 100 fortalezas, castillos y palacios  en todo el Reino Navarro fue la anexión al Reino de Castilla mediante la invasión de 1512.

La actividad destructiva comenzó de manera moderada en los momentos inmediatamente posteriores a la invasión. 

Los primeros castillos en demoler fueron aquéllos cuyos señores que eran  sospechosos de ser agramonteses, y más tarde los beaumonteses  tampoco se libraron. Las tímidas  actuaciones  de derribos  que en un principio marcó Fernando el Católico se ejecutaron de  manera muy decidida e implacable en 1516 durante la regencia del cardenal Cisneros. 

Luis Correa, el primer cronista y testigo presencial de los hechos, no trató el tema en sus escritos  ya que éste  se ocupaba principalmente de narrar las hazañas del Duque de Alba, por lo que para nada se  reflejó  este hecho. Tampoco Diego Ramírez Ávalos de la Piscina, que escribe poco después en el año 1534, sin hacer en sus crónicas mínima referencia a los derribos.

Hay que esperar algo más de cincuenta años para que un autor  mencione este hecho. Fue el cronista  Álvaro Gómez de Castro haciéndolo de una forma laudatoria y de necesidad para los habitantes del Reino de Navarra. 

 No obstante una carta personal del coronel Gonzalo Villalba que personalmente lideró las demoliciones  e iba dirigida al Cardenal Cisneros,  da buena cuenta del verdadero motivo de aquellos atropellos  que la historia oficial no contó. La carta reza así

“Navarra está tan baxa de fantasía después de que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza… Proveymos que algunos muros de algunas villas y lugares del Reyno de Navarra se derrocasen y echasen por el suelo porque era cosa dificultosa haver de poner en cada lugar gente de guarda… De esta manera el Reyno no puede estar más sojuzgado y más sujeto, y ninguno en aquel reyno tendrá atrevimiento ni osadía para se revelar

Fue tal el ensañamiento,  que muchos beaumonteses  que en un principio apoyaron la invasión, después  se revelaron ante estas demoliciones dado que ambos bandos  iban siendo tratados con el mismo desprecio. En el cofre del  Mariscal Pedro de Navarra se hallaron cartas del marqués de Falces, del conde de Lerín y de otros señores que habían tenido contactos con Juan de Albret y al parecer, se habían arrepentido de haber ayudado a los castellanos.

    Entre estos castillos salvados se inscribe y merece mención especial el legendario episodio protagonizado en 1516 por Ana de Velasco (esposa de Alonso Carrillo, nieto de Mosén Pierres de Peralta), que impidió el derribo del Castillo de Marcilla al enfrentarse a las tropas castellanas del coronel Villalba ( el de la susodicha carta arriba mencionada)

       Cuenta la leyenda que la marquesa recibió a los castellanos con sus mejores galas. Preparó un suculento banquete, regado con vino abundante  y al término del mismo, preguntó cordialmente al emisario, Hernando Villar, a qué se debía la visita. Este, en atención al gentil trato recibido, invitó a la esposa del marqués a abandonar el castillo sin violencia, para proceder al derribo de las torres. Entonces, la señora cambió el gesto y contestó en tono altivo que quien debía abandonar la fortaleza era él y sus milicias a quienes perdonaba la vida. Confundidos por la astucia y determinación de la dama, los castellanos se marcharon del castillo, dejándolo intacto. 

 Los esfuerzos de los monarcas navarros  por detener las demoliciones indiscriminadas  y no solamente por lo que suponía el derribo físico de las arquitecturas sino el daño moral que se estaba infringiendo al pueblo  obligó  a Enrique II de Navarra a intervenir  varias veces  enviando  varias  peticiones  de cese inmediato de las demoliciones  , vía embajada de Navarra a Carlos I .Navarra seguía siendo  un reino  reconocido con sus embajadas internacionales. Una de la cartas reza así:

“Et encore dernierement, Sire, a l’on fait abbatre les murailles des Villes de Navarre, sur lesquelles estaient fondés plusieurs Maisons, qu’est, Sire, une grandissime desolation et pitié de voir, sans que de Navarre on ait levé un seul baston pour faire aucune chose contre Castille (…) 
Et est tenu le dit Seigneur de faire reparer les murailles des villes et Chasteaux qui ont esté démolies et abbatues depuis la dite iniuste occupation”

Y aún más último, Señor, se han derribado las murallas de las Ciudades de Navarra, sobre las que se construyeron  varias Casas , Señor ,es  un grandisima desolación y piedad de ver, sin que de Navarra se haya levantado una sola batalla para hacer nada contra Castilla (…) Y está obligado el dicho Señor a hacer reparar las murallas de las ciudades y  castillos que han sido demolidas y abatidas  desde la llamada injusta ocupación.

Ni decirlo tiene que la carta no obtuvo respuesta alguna.

Por eso no se debe olvidar que en parte somos como somos por lo que fuimos, y de una forma u otra estos hechos quedaron troquelados en el pensamiento colectivo.  La historia debe hacernos reflexionar sobre el pasado y adquirir un compromiso con el futuro. Existe una historia real y una historia que nos cuentan oficialmente, procuremos que el conocimiento nos permita unir las dos versiones.

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